EL FUJIMORISMO Y OTROS MALES SOCIALES ARRAIGADOS EN EL
PERÚ CONTEMPORÁNEO
INTRODUCCIÓN
En sus orígenes la república presentaba
graves antagonismos y una fuerte herencia de lacras coloniales, algunas de las
cuales persisten hasta hoy (como parte de la estructura básica de la sociedad
peruana). Para Flores Galindo (1999): “La sociedad colonial, cuando llega la
Independencia, no había producido ciudadanos como en América del Norte, sino
hombres diferenciados por el color de la piel, el título nobiliario, el ingreso
económico, los antepasados, el lugar de nacimiento” (p. 40).
González
Prada (2005) nos ha dejado un acertado diagnóstico, que aun hoy todavía está vigente.
Sacudimos la tutela de los
virreyes y vegetamos bajo la tiranía de los militares, de modo que nuestra
verdadera forma de gobierno es el caporalismo. Emancipamos al esclavo negro
para sustituirlo con el esclavo amarillo, el chino. El sustrato nacional o el
indio permanece como en el tiempo de la dominación española: envuelto en la
misma ignorancia y abatido por la misma servidumbre, pues si no siente la vara
del corregidor, gime bajo la férula de la autoridad o del hacendado; si no paga
tributo en oro, da contribución en carne; si no muere en la mina, sucumbe en
los campos de batalla. (pp. 120 y 121)
Los males y los problemas sociales
enraizados en la estructura básica de la sociedad peruana han sido un enorme
óbice para que nuestro país se convierta en una nación con un alto índice de
desarrollo humano (esto en la perspectiva de Sen (2000), que entiende que las
oportunidades sociales de acceso a la educación, a la salud, etc. influyen en
la libertad fundamental de la población para vivir mejor así como para lograr
una mayor participación social). Estos males sociales (corrupción, peculado,
autoritarismo, racismo, etc.) han significado un sinfín de oportunidades
perdidas y una grave desestructuración social en lo que va de la vida
republicana. Según Quiroz (2013):
el costo de la corrupción
para el desarrollo económico y social peruano en su historia republicana ha
sido estructural y consistentemente alto o muy alto, pese a las variaciones
cíclicas. Considerando que para alcanzar un crecimiento autosostenido se
requiere de una tasa de crecimiento media anual del PBI de entre 5 y 8 por
ciento en el largo plazo, debido a la corrupción sistemática y descontrolada,
el Perú perdió o distribuyó mal el equivalente de aproximadamente el 40 a 50
por ciento de sus posibilidades de desarrollo. (p. 554)
I. ESTADO NACIONAL Y DIFERENCIA
Una sociedad diversa y multicultural
como la nuestra no fue organizada políticamente en función de una política de
la diferencia. Para Castro (2007): “en el Perú la diversidad étnica se ha
encontrado o se encuentra marcada por el reconocimiento de algunas etnias y
culturas con mayor prestigio y poder –criollos y mestizos– y con otras con
menos poder y sin prestigio social –andinos y nativos–“ (p. 223).
No podemos pasar por alto que los
Estados nacionales, incluso el Estado peruano, no constituyen formaciones
homogéneas. Como lo señala Walzer (1998):
La mayoría de los Estados
que constituyen la comunidad internacional son Estados nacionales. Llamarles
así no significa que están formados por poblaciones nacionales (étnicas o
religiosas) homogéneas. (…) Significa exclusivamente que un único grupo
dominante organiza la vida en común de manera tal que refleja su propia
historia y cultura y, si las cosas marchan como se pretende, lleva hacia
adelante la historia y mantiene la cultura. Son esas intenciones las que
determinan el carácter de la educación pública, los símbolos y el ceremonial de
la vida pública, el calendario estatal y las fiestas o vacaciones que se disfrutan.
Colocado entre las historias y las culturas, el Estado nacional no es neutral;
su aparato político es una maquinaria para la reproducción nacional. (p. 39)
Debido a que el grupo dominante ha
impuesto en nuestro país una forma de enseñanza, es imprescindible adoptar el
multiculturalismo y la política de la diferencia, que supere la política de la
dignidad igualitaria asociada al liberalismo clásico. “El liberalismo de la
dignidad igualitaria parece suponer que hay unos principios universales que son
ciegos a la diferencia” (Taylor, 1993, p. 68).
No vemos otra alternativa para superar
la indiferencia y marginación en las que se encuentran los pueblos originarios
o etnias ancestrales. Un Estado racista y excluyente ha sido óbice para lograr
el reconocimiento de estos (un dato fáctico que debemos considerar es que,
según la CVR, el 75 % de víctimas fatales del proceso de violencia política,
iniciado en 1980, es quechuahablante[1]).
II. EL FUJIMORISMO NUESTRO DE CADA DÍA
El fujimorismo surge en un contexto
sociohistórico de grave desestructuración social y alarmante crisis económica
(fines de los 80). Sus orígenes están signados por las componendas y el
clientelismo. Izquierda Unida y el Partido Aprista coadyuvaron a posicionar a
un desconocido Alberto Fujimori en el escenario político nacional. La crisis
económica marcó un periodo de incertidumbre y anomia social. Una grave crisis
institucional era el corolario de gobiernos corruptos e ineficaces. A ello
debemos añadir el problema del terrorismo del PCP-SL. El gobierno de Fujimori
(con el lema “Honradez, tecnología y trabajo”) surge como salvador de la
patria. Esto se ve refrendado luego del autogolpe del 5 de abril de 1992, lo
cual fue posible gracias a una alianza cívico-militar y al desprestigio total
de los partidos políticos (de izquierda y de derecha por igual). Quiroz (2013) habla
precisamente del “régimen bicéfalo de Montesinos y Fujimori” (p. 512).
El periodo del fujimorismo en el
gobierno (1990-2000) se caracterizó por el autoritarismo, el clientelismo y el
peculado exacerbados. Una autocracia deleznable cooptó todas las instituciones
que pudo para concretar sus fines de largo plazo. De este modo, el Poder
Judicial, el Ministerio Público, las FF. AA., el Congreso, la ONPE, el Tribunal
Constitucional, la prensa, etc. fueron mediatizados y, en muchos casos, pasaron
a estar bajo el total control del fujimorismo. Para Pedraglio (2014) “la forma
como un aventurero, como Alberto Fujimori, convocó a los poderes fácticos, creó
nuevas lealtades y sobre todo terminó de destruir el Estado (del que formaban
parte los partidos políticos) y las bases productivas vigentes, fue radical,
contundente y sobre todo exitosa” (p. 40).
La justificación del fujimorismo (Torres y Torres Lara, 2005) fue que la situación político-económica se hizo insostenible y el gobierno de Fujimori estaba en una disyuntiva o callejón sin salida. La Ley 25397, ley de control parlamentario sobre los actos normativos del presidente de la República, publicada el 9 de febrero de 1992, fue la espada de Damocles, colocada por la oposición. De este modo, Fujimori no tuvo otra opción, sino el "contragolpe".
El 19 de noviembre de 2000 Fujimori
renunció desde Tokio. El 7 de noviembre de 2005 Fujimori fue detenido en Chile
y, posteriormente, extraditado. Finalmente, fue condenado a 25 años de cárcel
por delitos de lesa humanidad (casos Barrios Altos y La Cantuta). No obstante,
Fujimori se encargó de “cederles la posta” a sus herederos políticos,
principalmente a su hija mayor. Pero el expresidente nunca se retiró
definitivamente a sus cuarteles de invierno.
Una cuestión surge claramente: ¿por
qué, a pesar de las pruebas contundentes de corrupción, peculado, cooptación,
etc. el fujimorismo sigue siendo aceptado por un significativo porcentaje de la
población?
En la segunda elección presidencial
del 2016, Keiko Fujimori obtuvo el 49.880 % del total de votos válidos, que
representa 8’ 555880 votantes[2].“Roba,
pero hace obras” sigue siendo el dicho preferido en el imaginario de los
votantes peruanos. Estos mismos votantes olvidan un hecho fundamental: “el
fujimorismo aparece permanentemente asociado a intereses criminales” (Vergara,
2018).
Replanteamos entonces nuestra
interrogante: ¿por qué una organización asociada constantemente a intereses
subalternos e ilegales sigue contando con significativo apoyo popular?
El fujimorismo parece ser un “mal
necesario” en la política peruana. Los seguidores o simpatizantes de Alberto
Fujimori lo siguen considerando como el “mesías” que salvó a la patria del
terrorismo y la hiperinflación. Asimismo, consideran terriblemente injusta la
condena de 25 años que le fue dada.
III. LA MATRIZ AUTORITARIA
Fujimori asumió el rol de caudillo
autoritario que se enfrentó a problemas sociales acuciantes y tuvo mucho éxito.
De esta forma, Fujimori es parte de una tradición política en nuestro país. Como
lo señala Flores Galindo (1999), la presencia del Ejército en la vida política
del país es una constante en la República. La alianza cívico-militar iniciada
en 1991 le permitió a Fujimori gobernar a sus anchas. Su proyecto político era
de largo plazo y no tuvo reparos (ni escrúpulos) para mantenerse en el poder
desde 1990 hasta noviembre del 2000, cooptando y mediatizando todas las
instituciones políticas que pudo. Un operador clave fue Vladimiro Montesinos. Sin
embargo, no debemos soslayar que los grandes empresarios apoyaron
convenientemente (y entusiastamente) a Fujimori.
Es el caso de un outsider político que llegó a tener mucho éxito y se convirtió en
un político muy popular. Fujimori fue un caudillo carismático autoritario, que
supo capitalizar el gran descontento y desilusión de la ciudadanía a fines de
los 80 y comienzos de los 90. Odría, Sánchez Cerro, Leguía, Alan García, etc.
fueron también caudillos autoritarios con mucha popularidad durante sus
gobiernos. Nuestra sociedad está agobiada por caudillos histriónicos y
autoritarios. Y no solo han proliferado en el escenario político, sino además
en el hampa, las barras bravas, las empresas, etc. ¿Hay alguna forma de superar
el caudillismo en una sociedad autoritaria como la nuestra?
A MANERA DE CONCLUSIÓN
El fujimorismo es un fenómeno político
y social que surge en un contexto histórico muy particular, en el cual las
organizaciones políticas estuvieron muy desprestigiadas y la desestructuración
social fue muy grave. La violencia política descontrolada a finales de los 80
provocó traumas en el imaginario de la sociedad peruana, principalmente en Lima
y en localidades de la Sierra Sur, donde en muchos casos los pobladores
quedaron atrapados entre dos fuegos: la insania senderista y la represión
indiscriminada del Estado.
Fujimori se valió del clientelismo y
patrimonialismo para llevar a cabo su proyecto político de largo plazo (en el
camino hizo alianzas con las FF. AA. y con empresarios poderosos aglutinados
alrededor de la Confiep). Representa lo peor de una tradición política muy
enraizada en nuestra vida social.
REFERENCIAS
Castro, A. (2007). Un debate previo y
epistemológico sobre el Estado, la nación y la estratificación en el Perú. En
O. Plaza (coord.). Clases sociales en el
Perú: visiones y trayectorias (págs. 199-228). Lima: PUCP, Cisepa.
Flores Galindo, A. (1999). La tradición autoritaria. Violencia y
democracia en el Perú. Lima: Sur Casa de Estudios del Socialismo.
González Prada, M. (2005). Pájinas libres. Lima: El Comercio.
Kymlicka, W. (2002). Estados multiculturales y ciudadanos
interculturales. Recuperado el 25 de octubre de 2019 de
López, S. (2007). Ciudadanos reales e imaginarios. Lima: Instituto Diálogo y
Propuestas.
López, L. (1996). No más danzas de
ratones grises: sobre interculturalidad, democracia y educación. En: Godenzzi
(compilador). Educación e
interculturalidad en los Andes y Amazonía. Cusco: Centro de Estudios
Regionales Andinos Bartolomé de las Casas.
Pedraglio, S. (2014).Cómo se llegó a la dictadura consentida. El
gobierno de Alberto Fujimori: 1990-1992. Tesis para optar el grado
académico de Magíster en Sociología con Mención en Sociología Política.
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Facultad de Ciencias Sociales, Lima.
Recuperada el 8 de enero de 2020 de
Quiroz, A. W. (2013). Historia de la corrupción en el Perú.
Lima: IEP.
Sen, A. (2000). Desarrollo y libertad. Planeta.
Taylor, Ch. (1993). El multiculturalismo y la “política del
reconocimiento”. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Torres y Torres Lara, C. (2005). Testimonio político. Lima: Asesorandina.
Vergara, A. (2018, 22 de octubre). El
fujimorismo ha sido un mal innecesario para Perú. The New York Times. Recuperado el 8 de enero de 2020 de https://www.nytimes.com/es/2018/10/22/opinion-fujimorismo-innecesario-peru/
Walzer, M. (1998). Tratado sobre la tolerancia. Barcelona:
Paidós.
Jaime N. Gamarra Jr.
Escritor y gestor cultural de la UNMSM
[1] Véase:
http://www.cverdad.org.pe/ifinal/conclusiones.php
[2] Véase: Resultados
presidenciales 2016 (segunda vuelta): https://www.web.onpe.gob.pe/modElecciones/elecciones/elecciones2016/PRP2V2016/Resumen-GeneralPresidencial.html#posicion