Cada mujer
adora a un fascista
Sylvia
Plath
Intro
Hoy en día, entre nosotros existen
fuertes resabios de la sociedad tradicional configurada antes de los procesos de modernización iniciados en la
década de 1950. Nos referimos a lacras sociales que conforman la estructura
básica de la sociedad peruana. Uno de estos males sociales ha ocasionado que
millones de mujeres en nuestro país se sientan vulnerables y en desigualdad de
condiciones solo por el hecho de serlo. Un valioso instrumento como la Convención
sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (Cedaw), de 1979, debería servir para coadyuvar a mediatizar o
impedir la discriminación sexual y el feminicidio en nuestro país. A contrario
sensu, la realidad es muy adversa.
La realidad nuestra de cada día
No vamos a negar que la alta tasa de
feminicidios y la situación de flagrante
sexismo en el país nos resultan indignantes. Lo concreto es que en el Perú de
hoy (en pleno siglo XXI!) nacer mujer implica convertirse en potencial víctima
de la violencia simbólica y sadismo de los hombres, no obstante el problema es
sociocultural y requiere una visión holística (no unilateral). Es escandaloso
además que los corifeos del optimismo y del patrioterismo más ramplón afirmen
que estamos ipso facto
convirtiéndonos en ciudadan@s del Primer Mundo y de la posmodernidad reinante.
Por otra parte, los medios masivos de comunicación (estupidización) nos hacen
creer que debemos estar orgullosos de vivir en un país donde el consumidor es
el nuevo rey (todos podemos "elegir" a nuestras autoridades
políticas, así como nuestra ropa, artefactos electrónicos, diversión, etc.), el
fútbol es el deporte rey y la comida es
súper. Mientras tanto, a lo largo y ancho del país, las mujeres siguen siendo
masacradas, violadas, mutiladas, quemadas, etc. El orden heteropatriarcal sigue
estable y los patrones culturales de siempre se reproducen ad infinitum (verbigracia, las mujeres deben usar y amar el color
rosado y los hombres deben evitar llorar y demostrar sus emociones
públicamente). Como dice Pierre Bourdieu: “la dominación masculina tiene todas
las condiciones para su pleno ejercicio. La preeminencia universalmente
reconocida a los hombres se afirma en la objetividad de las estructuras
sociales y de las actividades productivas y reproductivas, y se basa en una
división sexual del trabajo de producción y reproducción biológico y social que
confiere al hombre la mejor parte, así como en los esquemas inmanentes a todos
los hábitos”[1].
La cultura judeo-cristiana de países como el nuestro es en gran parte
responsable de esta patética situación. Los valores de sumisión, decoro,
humildad, abnegación, etc. que pregona han sido internalizados por los sujetos
históricos e inscritos como las tablas de la ley en la reproducción social. Para
Bakunin[2], la religión cristiana es una
negadora de la humanidad y de sus potencialidades liberadoras. Uno de los
resultados como tipo ideal es la matriarca-autoritaria-sexista (su contraparte es
el caudillo carismático con visible capital sexual).
Pensadores del siglo XIX como la
socialista Flora Tristán dieron un diagnóstico temprano de la situación de la
mujer en el Perú. Luego, González Prada
puso el dedo en la llaga (su artículo "Las esclavas de la Iglesia" es
muy vigente).
Feminismo fujimorista
Los movimientos de liberación sexual
avanzaron en la dirección de buscar "empoderar" a la mujer y
visibilizar un orden falocéntrico decadente. Hasta bien entrados los 80, o tal
vez menos, en nuestro país era un tabú que una mujer asuma el rol de ministra,
congresista, alcaldesa, etc. La política y la gestión pública eran campos
privilegiados de los hombres. La mujer era relegada al rol de "ama de
casa", madre, administradora del hogar, etc. Sin embargo, este
"empoderamiento" real presenta límites y contradicciones insalvables.
La cuota de género exigida y la
discriminación positiva (Leyes N°s 26859
y 27387) han servido, en parte, para visibilizar a políticas fascistas, que han
asumido y defendido un proyecto autoritario y de extrema derecha (nos
referimos al régimen impresentable de Fujimori). No es casual o gratuito que el
fujimorismo haya impulsado una política "feminista" desde el poder. Asimismo,
su gran popularidad no debe sorprender a nadie (para sus seguidores sigue
siendo el Mesías que salvó a la patria de la insania terrorista de SL).
En la década de los 90, se llevaron a cabo importantes encuentros de colectivos de mujeres. En 1994, se realizó la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer (Belém do Pará, del 9 de junio de 1994). En su artículo 1 se señala que "debe entenderse por violencia contra la mujer cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado".
En Pekín, en 1995, se realizó la IV Conferencia sobre las Mujeres, en la que se definió la violencia contra las mujeres como "todo acto de violencia sexista que tiene como resultado posible o real un daño de naturaleza física, sexual, psicológica...".
En la década de los 90, se llevaron a cabo importantes encuentros de colectivos de mujeres. En 1994, se realizó la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer (Belém do Pará, del 9 de junio de 1994). En su artículo 1 se señala que "debe entenderse por violencia contra la mujer cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado".
En Pekín, en 1995, se realizó la IV Conferencia sobre las Mujeres, en la que se definió la violencia contra las mujeres como "todo acto de violencia sexista que tiene como resultado posible o real un daño de naturaleza física, sexual, psicológica...".
Por otra parte, en un libro clásico de
1976, Las contradicciones culturales del
capitalismo, Daniel Bell señala que la cultura “es un proceso continuo de sustentación
de una identidad mediante la coherencia lograda por un consistente punto de
vista estético, una concepción moral del yo y un estilo de vida que exhibe esas
concepciones en los objetos que adornan a nuestro hogar y a nosotros mismos, y en el gusto que expresa esos puntos de
vista. La cultura es, por ende, el
ámbito de la sensibilidad, la emoción y la índole moral, y el de la
inteligencia, que trata de poner orden en esos sentimientos”. Es decir, a una
cultura burguesa patriarcal inscrita en un orden judeo-cristiano le corresponde
históricamente un sujeto con una particular sensibilidad y prejuicios
peculiares. Solo basta recurrir a la literatura peruana del último tercio del
siglo XX (Vargas Llosa, Ribeyro, Bryce, Reynoso, Bayly, etc.) para encontrar
retratos acertados de personajes (estereotipados, ciertamente) pertenecientes a
estratos medios y altos. Verbigracia, en nuestro medio –tomemos
como referencia a las obras clásicas de Reynoso y Vargas Llosa,
solo para citar a dos– hasta hace no muchos años el rito de paso a la
adolescencia estaba representado para los varones de la clase media por la
visita al burdel en los suburbios de la urbe. En el imaginario de los varones
de clase media, era “natural” pasar por tal prueba de hombría (sin hablar de
otras pruebas de masculinidad todavía vigentes).
A manera de conclusión
Y es que una sociedad de fuerte
tradición autoritaria como la nuestra debe ser impugnada sobre todo desde la
cultura (esto lo sabían bien los revolucionari@s sociales de comienzos del
siglo XX). Ningún Ministerio de la Mujer ni burócratas displicentes resolverán
el problema acuciante del sexismo imperante. El poder sigue siendo uno de los
instrumentos del mal, como dijo Sartre. Perú es uno de los países más sexistas
y patriarcales de la región. La solución al problema no se condice con cacerías
de brujas (al mejor estilo macartista), linchamientos morales, etc. enfocados
en individuos. Reiteramos que el problema no es unívoco y unilateral porque el
entorno social tiene también responsabilidad. Las instituciones de
socialización temprana como la escuela y la familia siguen incentivando
patrones de comportamiento y hábitos sociales, que conllevan que los procesos
de individuación se consoliden teniendo referentes abiertamente jerárquicos y
machistas. ¿Dónde se forman los caudillos autoritarios, los jefes del hampa,
los líderes de las barras bravas, los capitostes en general, si no es en la
escuela? Abimael Guzmán, Alberto Fujimori, Alan García, Martha Chávez, Luz
Salgado, etc. son caudillos autoritarios, productos sociales de un orden
heteropatriarcal arbitrario y jerárquico. Deben ser impugnados y combatidos
como tales. Aun sabiendo que otr@s ocuparán sus lugares.
Márlet Ríos
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