Apuntes históricos sobre la
definición del campeonato limeño de fútbol de 1934
José Carlos Rojas Medrano[1]
En los últimos tiempos, el título de 1934 (el Tetracampeonato
para la gente de Alianza Lima) ha sido objeto de una ardua disputa, sobre todo mediática,
entre los equipos más populares del país. Los argumentos principales en
contienda señalan que, en el caso de Alianza Lima, el partido jugado el 7 de
julio de 1935 solo definía el campeonato de primeros equipos de 1934, pues ya
habían ganado el título de campeón de clubes (o absoluto), mientras que para
los merengues dicho encuentro sí representó el máximo trofeo de ese año.
El tratamiento, para esclarecer este hecho deportivo, se ha
dado a partir del análisis de los boletines oficiales de la FPF, que los
diarios de la época reproducían fidedignamente. No hay ninguna contradicción
sobre los contenidos de dichos documentos entre los distintos periódicos. En
este sentido, tienen el valor probatorio correspondiente. De esta manera, respecto
del aspecto formal y legal son bastante contundentes las pruebas que señalan al
conjunto blanquiazul como el campeón absoluto y a Universitario como el campeón
de primeros equipos (un título menor según las bases que regían en aquella
época). No obstante, ha habido poco interés en otros ámbitos (distinto al de
los boletines) que pueden darnos algunas luces complementarias a este engorroso
episodio del fútbol peruano.
En este espacio quisiera analizar, brevemente, las reacciones,
las intenciones y los discursos que construyeron personas ligadas a Universitario
ante la derrota del 18 de noviembre de 1934 y el posterior partido definitorio del
7 de julio de 1935, así como el desarrollo de la información que sobre estos
eventos realizó parte de la prensa.
¿Aceptó Universitario la legitimidad del título absoluto
obtenido por Alianza Lima?
A la última fecha del campeonato, la U llegó como favorito,
pues solo le bastaba empatar su partido de reserva contra el conjunto
victoriano para calificarse como el campeón de clubes. Mientras tanto, Alianza
Lima necesitaba imperiosamente ganar los dos clásicos (de primeros equipos y reserva)
para coronarse por cuarta vez consecutiva campeón de primera división. Previamente
a este encuentro no existen comentarios de los actores de los clubes ni de la
prensa, respecto de que no era tan “justo” que alguno de ellos sea campeón con
una fracción de puntos dada por su equipo de reserva. Los medios de
comunicación, más bien, estaban interesados en resaltar que era muy probable
que la juventud del equipo crema jubile a los viejos cracks blanquiazules, aunque también existía la posibilidad de una
hazaña de los aliancistas. La prensa jugaba con estas alternativas para generar
una gran atención en el aficionado futbolero.
Como sabemos, Alianza logra clasificarse campeón absoluto de
1934 al vencer a Universitario por 2-0 en sus reservas y 2-1 en los primeros
equipos. Para Universitario esas derrotas causaron una tristeza y desazón en
sus dirigentes, jugadores e hinchas. Fue un golpe anímico muy duro. Las
críticas al interior del club no se dejaron esperar. A partir de esta tragedia
deportiva se fue deslizando un doble discurso en un sector de la dirigencia. En
un primer momento, el exjugador y dirigente en funciones, Plácido Galindo, tiene
palabras de consuelo y resignación para con sus aficionados, haciendo un llamado
a la tranquilidad y a que vendrán tiempos mejores. “Sé muy bien el profundo
efecto que ha causado en el círculo de nuestros parciales las derrotas que
experimentamos frente a nuestros clásicos rivales, pero es necesario
resignarse. Hay que saber perder y tener siempre presente que las lamentaciones
a nada conducen. Ya vendrán otras oportunidades” (La Crónica, 22/11/1934).
Sin embargo, paralelamente a estas ecuánimes declaraciones, se
comienza a construir otro discurso menos conciliador y, además, contrario a las
bases y reglamentos vigentes en el campeonato. El centro de su argumento pasa
por deslegitimar el título absoluto de Alianza, en la medida en que consideraba
que el campeonato de primeros equipos debería ser el más importante y no la
tabla general donde se le agregaban puntos de la reserva. No le parecía justo. “Siempre
he comentado risiblemente las reglamentaciones de nuestros dirigentes que
tienen mucho de irreal e impráctico. El caso del llamado ‘Campeón de Clubs’ es
uno de los más típicos … Hemos sostenido que el Campeón debe ser el que obtenga
mayor puntaje, exclusivamente con su cuadro de Primera División, que es el
equipo que da nombre y prestigio al club” (Ibíd), afirmaba Plácido Galindo.
¿Cuál fue la intención principal de la U en su reclamo ante
la FPF?; y ¿por qué se alarga la definición de primeros equipos?
El malestar de la gente de Universitario por cómo se había
perdido el campeonato, entonces, lleva a que Plácido Galindo formule un reclamo en las instancias de la Liga.
Lamentablemente, las actas de esa solicitud no se publicaron, pero, a partir de
las declaraciones de los actores involucrados, podemos conocer el tenor de ese
reclamo.
Galindo afirma que, al estar empatados en el campeonato de
primeros equipos, el desempate debería significar al campeón (absoluto). En su razonamiento,
los equipos principales deben tener el mayor peso, y es eso lo que busca en su
pedido. “Ante esta emergencia, lo lógico sería que, para designar al campeón,
se tome en cuenta el resultado del obligatorio match que deben jugar Alianza y
la U por el desempate del torneo principal, que es de los primeros equipos”
(Ibíd). Queda claro que a Galindo no le interesaba disputar este desempate solo
para dilucidar el campeonato de primero equipos, lo que equivalía a aceptar que
Alianza ya era el campeón de clubes, sino fundamentalmente su motivación y
deseo apuntaban a obtener el galardón máximo, el trofeo absoluto, en la medida en
que se aceptara la totalidad de su reclamo.
Esta posición maximalista y contraria a las bases por parte de
la U es corroborada por el delegado de Alianza Lima, Jorge Sarmiento. Las
declaraciones del dirigente íntimo son muy reveladoras respecto de lo que buscaba
la institución merengue. Manifiesta un profundo rechazo a sus opiniones que
cuestionan las bases actuales (en la medida en que no le conviene), pero no lo
hizo, por ejemplo, cuando en el torneo de 1933 la U salió beneficiada con ese
sistema de puntos, pues le dio la posibilidad de llegar con opciones del título
al partido final con Alianza. “Debe recordar (Galindo) que el Universitario el
año pasado debido a su reserva, consiguió llegar a disputar la final del
campeonato con nosotros y sin embargo nosotros no reclamamos”, afirma Sarmiento
(La Prensa, 27/11/1934).
En otro punto de la entrevista, se confirma que la U quiere
que el partido de desempate (que, además, no era obligatorio, ya que no estaba
reglamentado) se juegue por los puntos, con lo cual si ganara se convertiría en
el campeón absoluto en la tabla general. Esta posición de la institución crema,
fuera de las normas que regían el campeonato, fue rechazada de manera rotunda
por el dirigente e ídolo aliancista, Sarmiento. A lo más podrían ceder en jugar
el título de Primera (primeros equipos).
“A pesar de que los reglamentos no
especifican, ni obligan a jugar esta revancha, parece que los universitarios,
están convencidos de que se debe jugar, pero nuestro cuadro de ninguna manera
jugará los puntos del campeonato. Y pueden adelantarle, sin que esto sea
oficial, que haré gestiones para que mi club ceda al Universitario el título de
campeón de Primera división … el orgullo de los aliancistas está en que han ganado
el campeonato en la cancha” (Ibíd).
Debemos precisar que cuando se hace alusión al título de primera
división se está refiriendo al de los primeros equipos. Esto queda
perfectamente clarificado cuando, en su última intervención de dicha
entrevista, Sarmiento critica a Galindo por poner en duda que Alianza es el
verdadero campeón, recalcando, para que no queden dudas, que el empate en
puntos en los primeros equipos no invalida el título absoluto.
“Me parece algo extraño que se
quiera dudar de que el Alianza Lima es el verdadero campeón del fútbol de Lima,
y se pretenda desvirtuar por un dirigente el legítimo triunfo de nuestro
cuadro. El que los dos clubs tengan igual número de puntos en la primera no es
óbice para que se nos reconozca como campeones absolutos” (Ibíd)
La oposición de Alianza, entonces, frustra la pretensión
extremista de la U de jugar por los puntos. El Comité de la Liga busca una
solución intermedia y establece que se juegue un desempate, de los primeros equipos
que estaban igualados, pero que no modificaba la tabla general, pues Alianza ya
lo había ganado reglamentariamente. No había forma de variar esa realidad. Por
eso, en ningún boletín, declaración periodística de los actores involucrados o
comentarios de cronistas deportivos existe evidencia alguna de que hayan
cambiado las bases para jugar nuevamente por el título absoluto.
Cerrado el camino legal, la U prácticamente pierde todo
interés en jugar ese encuentro, ya que solo podía aspirar al título de primeros
equipos. En ese sentido, priorizó giras a provincia (para recaudar), descanso a
sus jugadores o el reclamo pendiente, junto al Alianza, respecto a un dinero
que les debía la FPF por la participación de sus jugadores en el campeonato
sudamericano (1400 soles), y por el 50 % de las utilidades de la recaudación de
la taquilla. Esas pasan a ser sus preocupaciones principales y no el desempate
con Alianza para un título secundario.
El 20 de febrero de 1935, la Liga de Lima, a partir de su
boletín 164, zanjó cualquier posibilidad de cambios de reglamentos a último
momento, ratificando que el desempate entre Alianza y la U sería por el
campeonato de primeros equipos. Todos los hechos que siguen en los subsiguientes
días, semanas y meses, hasta la concreción de dicho encuentro (7 de julio de
1935), se dan bajo ese manto de legalidad, aunque no necesariamente pasa lo
mismo en otro plano de la realidad.
Así, por ejemplo, las opiniones de un dirigente universitario
son muy reveladoras respecto del poco interés que existía en la dirigencia
crema para jugar dicho partido que pertenecía a los primeros equipos, según sus
propias palabras. “La Liga Provincial de Lima no puede obligarnos a nada. Y si
pactara el match de desempate que falta en el Campeonato de Primeros Equipos,
entonces nuestro club preferiría abandonar su opción” (La Crónica, 06/05/1935).
La U suspendía una y otra vez las fechas que la Liga estaba coordinando, lo
cual hacía notar que a la institución organizadora le era difícil imponer un poder
mínimo a los clubes. “La Liga se dispone a sentar el peso de su autoridad.
Fijará la fecha para el match Alianza – U, y si los ‘cremas’ no la aceptan, se
les declarará perdedores” (La Crónica, 07/05/1935).
Por otro lado, un medio de comunicación conversa brevemente
con un representante de la Liga, y este manifiesta las varias posibilidades de
resolver la definición del torneo de primeros equipos, dejando una afirmación
absolutamente contundente: aun cuando se dispute o no este partido, Alianza ya
era el Campeón de Club. “Tienen la firme decisión (los dirigentes de la Liga)
de respetar su anterior acuerdo. En caso de que el Alianza acepte jugar el
domingo, y la U no lo quiera, se declarará campeón de primeros equipos al
Alianza, que ya lo es Campeón de Club. Y si ambos clubs no responden
nada a la Liga, entonces una vez pasadas las 7 de la noche, se declarará
desierto el título, lo que significaría un fracaso rotundo de autoridad de la
Liga de Lima” (La Crónica, 14/05/1935). No cabe duda de que el título absoluto
estaba en manos de Alianza, pasara lo que pasara en esa definición. Un detalle
que se puede observar es que el interés permanente de la Liga de Lima, de que
se lleve a cabo este desempate, pasa por mostrar su capacidad y autoridad de
hacer prevalecer sus mandatos. Eso es lo que estaba en juego para esta
institución.
Si le hubiesen concedido a la U la posibilidad de pelear el
trofeo principal de clubes y no solo el de primeros equipos, dudo mucho que los
directivos merengues hayan tenido la actitud de postergar el desempate
indefinidamente (rechazándolo en muchos casos), cuando era eso lo que buscaban
denodadamente: quebrar el predominio futbolístico de Alianza sobre ellos. El
interés de Alianza Lima, por su parte, era bastante reducido deportivamente,
pues ya habían ganado el título absoluto, tal como muestran las evidencias
tanto legales (boletines) como periodísticas. El atractivo de ese partido, para
los íntimos, pasaba básicamente por lo económico. Recordemos que existían premios
para el campeón de clubes (100 soles), primeros equipos (80 soles) y reserva
(40 soles). Ya habían ganado 140 soles y no les venía nada mal 80 soles extra,
más un porcentaje importante de la recaudación de la taquilla.
La teoría de los dos campeones de 1934: la pugna entre el
“ser” y “deber ser” deportivo
Después del pitazo final del clásico del 18 de noviembre de
1934 y a partir de su reclamo a la Liga de Fútbol de Lima, Universitario fue
construyendo un argumento donde deslizaba la idea de que, al estar empatado con Alianza, en los primeros equipos, en la práctica habría dos campeones de
primera división. Asimismo, si no se aceptaba su reclamo de jugar por los
puntos nuevamente, señalaban que podríamos tener una figura, si ganaba la U,
también de dos campeones: uno de clubes (Alianza) y otro de primeros equipos
(Universitario). Hay dos elementos que utiliza la U para cuestionar la legitimidad
de la definición de los campeonatos de esa época: por un lado, la participación
de los equipos de reserva en la suma de puntos de la tabla general, y, por
otro, la idea misma del campeón de clubes.
“Tenemos el caso actual, que,
mientras Alianza exhibe el título de ‘Campeón de Club’ por un cuarto de punto
conquistado al vencer su reserva a la nuestra, en realidad, lo único que
consiguió el domingo con su primer cuadro fue empatarnos en 21 puntos.
Tácitamente existen pues dos campeones de Primera División. Cuando juguemos el
obligatorio desempate podrían presentarse muchas situaciones curiosas. Si
nuestro equipo vence al Alianza tendríamos en casa un campeón de Primera
División real y efectiva que sería la U y un campeón falso de clubs el Alianza
Lima, y todo esto a mérito de una absurda disposición reglamentaria. En mi
concepto no puede haber nada más paradójico, y que en fin de cuentas se ha dado
en llamar jubilosamente ‘Campeón Absoluto’”, declara Plácido Galindo
para un diario limeño (La Crónica, 22/11/1934).
Para Galindo, lo “idóneo” y “justo” es que solo sean válidos
los puntos que logren los equipos principales. Es por eso, según el
razonamiento del dirigente, que, ante la disyuntiva de tener dos campeones, el verdadero
sería el de los primeros equipos y no el absoluto –como señalan las reglas–. Como
podemos observar, todo el desarrollo que hace Galindo está en el plano del
“deber ser”, esto es, lo que debería ser lo más justo para un campeonato.
Lamentablemente, para sus intereses, esta interpretación no pudo establecerse reglamentariamente
ni al comienzo del torneo ni en la definición. En otras palabras, los
directivos de Alianza y la Comisión de la Liga hicieron prevalecer el plano del
“ser” (las bases aceptadas y vigentes).
Conforme fue acercándose el partido definitorio de los
primeros equipos, esta teoría recobra nuevamente fuerza. A pocos días de la
final, un sector de la prensa vuelve a desarrollar este enfoque de los dos
campeones. Es casi un calco de los argumentos de Galindo, aunque a diferencia
de este, el periodista no es tan categórico en señalar que el título de los
primeros equipos es más importante que el de los clubes. Deja abierta la
discusión al juicio de los aficionados al fútbol. No obstante, colabora en
sembrar la duda de quién es el verdadero campeón, así como se hace eco al
cuestionamiento de las reglas de juego que imperaban en esos momentos.
“Y sobreviene un caso raro, que
puede ser un contrasentido. Supongamos que la U gane el domingo. ¿Qué
sucedería? Nada menos que dos campeones en Primera División: el Alianza campeón
de clubs; y la U, campeón de primeros equipos de Primera División. ¿Cuál laurel
sería el más preciado? ¿Cuál de los dos clubs podría vanagloriarse de su
primacía en la División?” (La Crónica, 02/07/1935).
Por otro lado, el jugador de Universitario, Mario Pacheco, a
un día de la final, manifiesta su disconformidad con la reglamentación a la
cual llama absurda. Para graficar estas malas reglas, según su sentir, pone el
ejemplo de una final del campeonato de Intermedia donde Melgar fue el campeón
de primeros equipos, pero el Club Sport Progreso lo fue en la tabla absoluta
gracias a su reserva y, por lo tanto, ascendió de categoría. Esta es una prueba
palpable de que eso podía ocurrir, pues era lo que mandaban las bases, nos
guste o no. Vuelve a insistir con la tesis de que, si ganan ese partido, ellos
serían los campeones “verdaderos”, aun cuando las normas digan lo contrario. Asimismo,
recomienda que en el futuro solo los puntos de los primeros equipos valgan para
definir al campeón.
“No pueden ser más absurdas (las
reglamentaciones). Si gana la U, como lo espero, ¿quién será el campeón de
primera división? Indudablemente, la U. Para lo futuro hay que variar la
reglamentación del campeonato, para que no se dé el caso del Melgar que, en
Intermedia, ha obtenido su primer equipo el máximo puntaje, pero como su
reserva no ha hecho otro tanto, resulta el Progreso campeonando. Lo que debe
valer, para juzgar el poderío de un club, es la clasificación del primer
equipo”, manifestó el jugador universitario (La Crónica, 06/07/1935).
Lo más importante de esta nota periodística, y la declaración
de Pacheco, es que nos muestra que, en la última semana antes del encuentro definitorio,
no existe un mínimo indicio de que se haya aceptado algún reclamo de la U, que
lleve a modificar la tabla de los clubes, a partir de la definición de los
primeros equipos. Corrobora, una vez más, que Alianza había obtenido
definitivamente la corona principal. El tenor de las opiniones de los miembros
de la U, o la prensa, sigue siendo de crítica a lo establecido, una negación de
las reglas.
¿Cuál fue el tratamiento de la prensa poco después de la
definición de 1935?
En el mes de agosto, Lima recibe la visita del Club
Magallanes de Chile, vigente bicampeón del fútbol mapochino. Venía a medir sus
fuerzas con los clubes peruanos: Alianza Lima, Universitario y Atlético
Chalaco. La disputa entre los equipos peruanos y chilenos nos da un ejemplo de
cómo siguió utilizándose el término campeón de manera indistinta, para
referirse tanto al Alianza como a la U, por parte de los medios de comunicación
de la época. Ambos son presentados como campeones de Lima en sus encuentros con
el conjunto sureño, tal como se muestra en las fotos. Es importante señalar
que, en muchos casos, se siguió puntualizando a la U como el campeón de primeros
equipos, pero en otros se va simplificando como campeón a secas. Parte de la
prensa hace suyo este juego de nombrar dos ganadores, sea por una preferencia
hacia la U o por un tema de publicitar mejor los encuentros cremas con rivales
internacionales. Todo esto fue abonando a la distorsión histórica a lo largo de
las décadas siguientes.
Reflexiones finales
El consenso general aliancista, a partir de los diversos escritos
que se han publicado sobre el tema, sostiene que, prácticamente, no hubo
mayores inconvenientes en la época de las definiciones (el tema estuvo claro
desde el inicio) y, más bien, en años posteriores (hacia las décadas del 70 y
80) es donde aparece el debate histórico de quién poseía el máximo galardón, así
como las referencias periodísticas que señalan al club merengue como ganador de
esa contienda.
Sin embargo, en este texto, lo que intento mostrar es que
desde el comienzo hubo un intenso debate, cuestionamiento y pugna dirigencial, por
parte de los actores involucrados, fundamentalmente del lado de la U; en el
cual la prensa ayudó a establecer un sentido común de dos campeones paralelos,
aun cuando las reglas de juego vigentes reafirmaban la jerarquía de los títulos
obtenidos (el absoluto como el principal, mientras que el de los primeros
equipos como secundario).
La estrategia que utilizó la U pasó por deslegitimar la forma
como se obtenía el campeonato absoluto, donde los equipos de reserva jugaban un
papel importante, ya que colaboraban con una fracción de sus puntos a la tabla
general. En un primer momento, este club buscó una salida legal a partir de su
reclamo maximalista de jugar por los puntos, lo que le permitía, si ganaba, ser
el campeón no solo de los primeros equipos, sino también del absoluto. En la
medida en que esto no prosperó, los dirigentes apuntaron a relativizar y
socavar la jerarquía de los títulos, esto es, el trofeo absoluto no era
superior al de primeros equipos, sino al revés. El plano ideal y del “deber
ser” deportivo (el campeón real debería ser el que gane el torneo de los conjuntos
principales) fue tomando fuerza y protagonismo respecto a la estructura
normativa que regía el campeonato limeño (el plano del “ser”).
Esta interpretación, distinta a las bases vigentes, tuvo una
acogida muy importante en los medios de la época, que coadyuvó a potenciar la
idea de que habría dos campeones e, incluso, la imagen de un mayor valor en el
título de los primeros equipos. En otras palabras, parte de la prensa no se
alineó a lo que señalaban las normas, pues no puso énfasis en sus redacciones designando
a un solo campeón (el absoluto). Más bien, mantuvo esta dualidad
permanentemente. Al principio, para el caso de la U, podía encontrarse
tenuemente alguna referencia, en el interior del texto informativo, al término
primeros equipos (para indicar a qué categoría de campeón le correspondía); pero
también en paralelo podía utilizarse el vocablo de campeón (a solas) en algunos titulares de las notas periodísticas o
en la publicidad de los encuentros de fútbol.
Conforme pasaron los años, el nombre de campeón de primeros
equipos (ya de por sí la utilización era escasa) se dejó de lado
definitivamente, en la medida en que el formato del campeonato cambió
ostensiblemente desde 1935. Fue perdiendo gradualmente su utilidad
periodística, pues ya no era entendido por las nuevas generaciones de lectores.
Por ello, se consolidó la denominación de campeón de primera división (similar
al uso genérico para designar al campeón en cualquier época posterior a estos
hechos), cuando en algunas ocasiones se hacía alusión a lo que había ganado la
U en 1934. Entonces, si bien en un comienzo (1934 y 1935) cierta prensa se sumó
a una campaña poco precisa respecto de quien ostentaba esta máxima corona, el
tiempo y la propia evolución de la noticia jugaron a favor de acrecentar esta
duda histórica.
No obstante, en el ámbito institucional, podemos encontrar
huellas de que el club Universitario no contabilizaba el título de 1934, pues
legalmente no le correspondía (Revista Universitario de Deportes, N° 11, Año I,
24/12/1949). Y así como este ejemplo hay muchos más en periodos posteriores. Las
esferas institucional y mediática, entonces, no mostraban la misma información
sobre este episodio. Marchaban todavía por cuerdas separadas. Más adelante en
el tiempo se van a unir. Al Alianza Lima, por su parte, nunca se le dejó de
llamar campeón de 1934, pero en muchas ocasiones tuvo que compartirlo con la U
en el ámbito periodístico.
Para las décadas del 70 y 80 las condiciones estaban maduras
para dar el paso final a favor de los intereses de Universitario. En esa época se
va afianzando una mayor exposición pública en los medios indicando a la U como
el campeón de 1934, aun cuando podemos encontrar casos contrarios donde no
siempre aparece citado ese palmarés en alguna nota de diarios o revistas. Pero
la tendencia es bastante clara: se fue revirtiendo y dejando de lado, poco a
poco, la mención mayoritaria al Alianza Lima como el campeón de 1934, que había
ostentado durante varias décadas posdefinición de 1935. La U se fue haciendo
dueña de ese título, en solitario, en el sentido común de los aficionados,
producto de una mayor presencia mediática y no por una resolución que pruebe que
efectivamente había obtenido el trofeo absoluto.
Las clásicas enciclopedias de fútbol que aparecen a finales
de los 80 y principios de los 90, escritas por los periodistas Teodoro Salazar,
Lorenzo Villanueva y Enrique Roel, son muy sintomáticas de la nueva realidad
sobre este título en cuestión. En el caso de los libros que corresponden a la
historia de Universitario (Lolo, ídolo
eterno; U, enciclopedia de los campeones e ¡…Y dale U!) muestran claramente a la institución crema como los
campeones de 1934. En cambio, la enciclopedia sobre los íntimos (¡Arriba Alianza!), así como el texto 200 clásicos de historia. La tragedia colocan al Alianza Lima solo como
tricampeones (1931, 1932 y 1933). El título de 1934 se fue perdiendo de los
anales aliancistas. Este círculo se cierra aún más con la publicación del
libro, Federación peruana de fútbol. 75
aniversario (1997), del periodista Roberto Salinas, en el cual indica que dicho
galardón es de Universitario.
Uno de los factores que explican cómo se llegó a esta
situación final tiene que ver con la constitución de una dirigencia crema más
combativa y fuerte que el de los victorianos y que, además, tuvo mejores nexos
y relaciones con el poder deportivo nacional, así como una importante
predominancia en el periodismo deportivo. Los dirigentes de Alianza, por su
parte, no prestaron mucho interés, en estas décadas de confusión, por tratar de
zanjar el tema, dejando que la desinformación vaya creciendo. La memoria
histórica, por parte de los blanquiazules, recién se viene recuperando a partir
de la alerta del exdirigente e historiador del club, Armando Leveau, a fines de
los 90, y con la publicación del Libro de
oro de Alianza Lima (El Comercio), a propósito de la celebración del
centenario del club (2001), donde se presentan pruebas importantes que
reivindican dicho título.
En suma, la etapa de las décadas del 70 y 80 no es el punto
de inicio del desconcierto histórico, tal como se ha venido señalando, sino el
momento final, la culminación de todo un proceso que comenzó con el pitazo
final del clásico del 18 de noviembre de 1934.
[1]
Politólogo por la PUCP y con estudios en Programa de Entrenador Juvenil (Licencia
B-FPF). Ha escrito varios libros sobre política, música popular y fútbol.