CASTILLO EN SU LABERINTO
Al parecer la imagen de “campesino
probo” y su lema de campaña: “No más pobres en un país rico” van a quedar como anecdotarios
y patéticos sinsentidos para gran parte de los millones de peruanos que votaron
por el presidente Pedro Castillo.
A pesar de que la reciente encuesta
del IEP[1]
le da un 24 % de aprobación popular, cinco puntos más de la que tenía en junio,
esta subida significativa no cambiará, de la noche a la mañana, la inmensa
sensación de desilusión y de perplejidad que predominan en el imaginario social
con respecto a la reproducción de las ya consabidas prácticas de clientelismo y
patrimonialismo en su gobierno. Estas prácticas no las inventaron Castillo y su
entorno, ciertamente. Son parte de las lacras sociales que nos acompañan desde,
prácticamente, el comienzo de la república.
Razón instrumental
La falta de ética de Castillo (de
lealtad, stricto sensu), al
desembarazarse intempestivamente de sus aliados de Perú Libre, se acopla con un
cálculo político, propio de una razón
instrumental, aprendida probablemente en su rol de dirigente sindical de
los maestros (Conare-Sutep, una facción del histórico Sutep) y en su labor
política de larga data. Castillo no es el outsider
e improvisado político que muchos creen. De este modo, fue miembro del comité
de Cajamarca de Perú Posible (formado por Alejandro Toledo en 1994), desde el
2005 hasta el 2017. En 2002 postuló por Perú Posible a la alcaldía
de Anguía (Chota), sin éxito. En otras palabras, se trata de un político
curtido y con la suficiente maña requerida para incursionar en un escenario de
racionalidad y de fuerte simbología (no es casual el uso del sombrero campesino
durante la campaña electoral y a comienzos de su mandato).
Castillo es el típico político
inescrupuloso y taimado, aunque sus limitaciones saltan a la vista. Pero sus
detractores cometen el desatino de concentrarse en ver los árboles y no el
bosque. El presidente Castillo es el resultado de un sistema educativo mediocre
y antiliberal (retardatario). No obstante, también refleja el pobre nivel
intelectual de la clase trabajadora peruana. Hubo una vez, ya hace varias
décadas, cuando las clases trabajadoras de este país eran ilustradas y bien
leídas (sin necesidad de ir a la universidad). Como lo han puesto de relieve
investigadores sociales como Luis Tejada, Gonzalo Espino, Piedad Pareja, entre
otros, los obreros y los artesanos peruanos de las primeras décadas del siglo
XX eran individuos ilustrados y cultos. Nos han dejado testimonios concretos
que lo corroboran, a pesar de que la gran mayoría de ellos no fue a la
universidad (estaba destinada para las élites en aquellos años), pues eran
obreros autodidactas.
Un terrorista, dos terroristas
Durante la campaña electoral del
2021, Castillo fue acusado de terrorista y de potencial comunista por sus
adversarios políticos, macartistas y desopilantes (la prensa limeña jugó un rol
preponderante en esta campaña sistemática de demolición). A raíz de la huelga
magisterial que lideró en junio de 2017, el presidente fue acusado de
pertenecer a Movadef, brazo político de Sendero Luminoso. Ya sabemos que en
este país bananero a cualquier hijo de vecino que hable de justicia social y de
reivindicaciones laborales le endilgan el epíteto de comunista. En las décadas de
1930 y 1940 los “comunistas” eran los apristas. Entonces, se hablaba de una conspiración "apro-comunista". En las décadas anteriores (1910 y
1920), los principales enemigos públicos y "terroristas" eran los anarquistas. Ciertamente,
el terrorismo de Sendero Luminoso ha coadyuvado, enormemente, a satanizar a la
izquierda peruana (y a todo aquel que se reclame luchador social).
El presidente Castillo está en un laberinto muy intrincado, con similitudes al laberinto de Creta. No avizoramos una salida, a menos que decida enfrentar con hidalguía y autocrítica el complicado escenario sociopolítico de hoy (en el mito griego, se destaca la destreza y el heroísmo de Teseo para acabar con el Minotauro). Ya sabemos que a la gran prensa y a los poderosos gremios empresariales (poderes fácticos) no les interesa el bien común y ruegan al cielo y a todos los santos para que Castillo sea devorado, sin mayor dilación, por la coyuntura política así como por el Ministerio Público. “El país debe arder con tal de que dimita Castillo”, tal parece ser el lema de los poderes fácticos y de la oposición. Pero, la actitud y la performance de los poderes fácticos y de la oposición ya se prefiguraban de antemano. La guerra estaba avisada. No es legítima la victimización, ni la falsa modestia.
Márlet Ríos
Escritor e investigador social UNMSM
Agosto de 2022.